Hace un par de días llegué a la ciudad de Bogotá procedente de mi natal Barranquilla, en busca de mejores oportunidades de empleo.
Hace ya casi tres meses que me despidieron de mi antiguo trabajo y desde el mismo día que quedé cesante comencé a tocar las puertas de mis amigos y conocidos para ver quién de ellos me podía dar la mano, me refiero a que me dieran empleo.
No en vano fueron más de diez años dedicados al periodismo en Barranqulla, lo que me dio la oportunidad de conocer gente, de darme a conocer y de hacer amigos que con solo mencinar mi nombre se explayaban en halagos y buenos comentarios sobre mi persona y trabajo.
Claro, era de esperarse, no cualquiera tiene la oportunidad de trabajar en una empresa con el renombre que tiene la que fue mi casa durante la última década, la que me dio a conocer, la que fue mi escuela, en fin, una empresa para la que solo tengo buenos comentarios. Y me refiero a la empresa, al nombre de la empresa como tal, a sus directivos, a sus jefes y a algunos de mis compañeros de trabajo.
Pero una cosa es pertenecer a una empresa y que te reconozcan por el nombre de esta y otra muy distinta presentarte ante alguien solo con tu nombre.
Cuando comencé a llamar a la gente AMIGA que me reconocía, me atendía y hasta me invitaba a almuerzos y cocteles, se alegraban como de costumbre, pero cuando les decía el verdadero motivo de mi llamada, el clima de emoción se apagaba como cuando se sopla una vela encendida.
Desde luego todos se solidarizaban conmigo y prometieron ayudarme. Pero, había que llamar después porque en ese momento estaban ocupados o algo así.
Desde ese día en adelante fue imposible hablar con ellos: reuniones, juntas, viajes, exceso de trabajo, etc, etc. les impedía a mis AMIGOS atenderme. Al final ni el celular me contestaban.
Las puertas que creí abiertas, una vez me quedé en la calle, parecían cerrarse en mis narices.
Pero como ningún hijo de Dios muere boca abajo, había mucha gente que me daba ánimo, que me decía que no perdiera las esperanzas, que las cosas pasan porque luego vienen otras mejores. Son esas palabras y frases que lo hacen sentir importante a uno.
A pesar de esas palabras y de que después de cada conversación de esas me sentía con la seguridad de que las cosas mejorarían, en ocasiones no pude evitar estallar en llanto.
Como siempre he sabido que Dios nunca me desampara y que ha estado conmigo en las buenas y en las malas, le he puesto todo en sus manos.
Tan es así que cada palabra de la gente la siento como una luz que el me manda.
Hasta en sueños he tenido señales suyas.
Por eso un día, después de ver que las cosas e Barranquilla no mejoraban, decidí que la mejor pción era viajar a la ciudad de Bogotá.
Aunque para muchos las cosas están apretadas en todas partes, tengo la fe de que en esta ciudad sean diferentes y se me de la oportunidad que he buscado hace meses.
Aquí hay mucha gente conocida que está bien ubicada y que está dispuesta a apoyarme en lo que necesite.
Hay muchas oportunidades de laborar, independientemente que sea en le campo en el que siempre me he desempeñado.
De hecho en solo dos días que llevo aquí ya he recibido dos llamadas para preguntarme por mis expectativas y mis capacidades. Eso es un buen augurio.
Estoy lejos de mi familia y amigos, es cierto, pero en esta ciudad, las oportunidades están a la orden del día, es una ciudad que crece de la noche a la mañana, una ciudad a la que se le ve el progreso de un día para otro, una ciudad que pese a sus limitaciones, como todas en este país, es mucho mejor que cualquier otra.
Es que capital es capital.